Cuando entrenamos nuestra atención hacia un estado de alerta y observación imparcial que percibe sin tomar partido y contempla los fenómenos sin depender de las ideas asociadas al yo, al mi y al mío, ampliamos la perspectiva de lo que nos sucede y sucede a nuestro alrededor, desarrollando poco a poco una mente más ecuánime y clara, un modo de ser y estar en la vida sin filtros mentales que nos condicionen. De este modo aumenta la comprensión sobre uno mismo y la realidad que nos rodea, transformando así nuestro modo de sentir, rompiendo silenciosamente las corazas de nuestro corazón, dejándonos ser en la alegría, el amor, la bondad y la compasión hacia uno mismo y los demás, decidiendo y actuando desde la sabiduría innata que reconoce, comprende y ve, compartiendo lo que tiene con apertura y honestidad. La atención plena nos proporciona una mente clara en visión y decisión y un corazón atento nos lleva a la acción amable y compasiva, sabiendo discernir la belleza y lo que es verdaderamente importante y esencial, aprendiendo a vivir en el continuo movimiento de la atención a la acción amable y compasiva.

Quizás la finalidad de la existencia sea expresar y compartir lo que siembre estuvo ahí y ser eso que somos en presencia y en
esencia.